Plan infalible
Si viviera al otro lado de la calle, si tuviera un piso a
los quince o veinte metros
que separan tu ventana de la ventana del vecino de enfrente,
un tercero un tanto antiguo en el que los chirridos de la
madera bajo mis pasos descalzos
se confunden con los lamentos de las viejas de los pisos
inferiores,
un tercero sin ascensor, exterior en barrio animado pero
silencioso,
pasaría los días trabajando duro, muy duro, de ocho a diez,
jugaría al golf con mi jefe, pelotearía a las secretarias,
aprendería idiomas,
programación, sopas de letras e incluso mecanografía;
vendría la ministra de trabajo a mi trabajo y me harían un
molde a escala
para ponerlo de ejemplo en las escuelas de negocios.
Los fines de semana cogería otro empleo. Tomaría de nuestros
padres prestado
aquel tiempo en el que un hombre podría ostentar dos
trabajos a la vez,
y sería el guardia seguridad que resguarda los sueños de
algún Imperio del Mal
o el comentarista más emotivo del Carrusel Deportivo del
domingo.
Ahorraría en gas, luz, calefacción y comida, dejaría de
quedar con mis amigos,
dejaría a mis amigos y con ello ahorraría en regalos y
fiestas de cumpleaños.
Me daría de baja de la compañía telefónica y del seguro del
coche
y, por fin,
me podría convertir, delgadísimo y un poco perturbado, en
propietario del espacio,
un tercero un tanto antiguo en el que los descalzos de la
madera al lamentarse
bajo el suelo se confunden con los chirridos de las viejas
de los pisos inferiores,
o viceversa.
Dejaría entonces de trabajar y gastaría parte del dinero
restante en víveres.
Latas de conserva inoxidables que mantendría en lugar fresco
y seco,
toneladas de café instantáneo y leche evaporada.
Lo demás lo iría repartiendo, muy de vez en cuando, en
comida a domicilio
y suministros básicos traídos del supermercado de la
esquina.
Todo para poder sentarme tranquilo las veinticuatro horas
del día
a quince o veinte metros de tu cama, poder aspirar el viento
de tu cuello
cuando ventilas tu cuarto, sentir como mías las cosquillas
de tu suelo de gres
en la región más desierta de tus calcetines,
escuchar tus orgasmos más brutales, sola o acompañada,
y no perderme ninguna de tus infinitas siestas.
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Saludos :)